miércoles, 16 de mayo de 2012

El País

Hoy publico unos artículos que he encontrado en el periódico El País:


Día Internacional contra la Esclavitud Infantil

Nos conmovemos ante la desgracia ajena. Aparecen muchos casos aislados de niños desaparecidos, o niños que necesitan un trasplante para salvar su vida y en general la sociedad se vuelca con su ayuda. Más si el tema tiene un apoyo mediático; a veces interesado, es verdad, pero creo que en general somos sensibles ante las injusticias y las desgracias, y especialmente si los implicados son menores. Entonces, ¿por qué no reaccionamos ante la injusticia de la esclavitud de los niños? El tema no es para menos, los niños esclavos siguen aumentando, ya superan el 10% de la fuerza laboral mundial. Hablamos de más de 400 millones de niños forzados a trabajar en esta economía salvaje que solo piensa en producir más barato para el beneficio de las grandes multinacionales. Lewis Hine, a principios del siglo pasado ya denunció con sus fotografías este drama del trabajo infantil; hoy el panorama ha empeorado y, al mismo tiempo, el mundo ha progresado y hay medios técnicos para que no ocurra. ¿Por qué no se erradica de una vez esta lacra que padecen millones de niños? ¿Dónde están los sindicatos, los partidos políticos, las asociaciones feministas, las ONGs, las Apymas, la sociedad? Evidentemente no hay voluntad política pero podemos hacer que la haya, si queremos. Los empobrecidos están luchando y nos animan a ello.
Iqbal Masih fue asesinado por entregarse a este ideal hace 17 años, el 16 abril de 1995, por eso este día es el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil. Y estaremos en la calle por solidaridad con los niños esclavos y por responsabilidad con las próximas generaciones.—Samuel Valderrey.


Niños de Burkina Faso cosechan algodón para Victoria’s Secret
La pesadilla de Clarisse Kambire casi nunca cambia. Es de día. En un campo de algodón que estalla en flores color púrpura y blanco, un hombre se inclina sobre ella blandiendo un palo sobre su cabeza. Entonces retumba una voz, que sacude a Clarisse de su sueño y hace que su corazón dé un salto. “¡Levántate!”.


El hombre que le ordena levantarse es el mismo que aparece en el sueño de la chiquilla de 13 años: Victorien Kamboule, el agricultor para el cual trabaja en un campo de algodón en África occidental. Antes del amanecer, una mañana de noviembre se levanta de la colchoneta plástica desteñida que le sirve de colchón, apenas más gruesa que la tapa de una revista de moda, abre la puerta metálica de su choza de barro y fija sus ojos almendrados en la primera jornada de cosecha de esta temporada.
Ya venía temiéndolo. “Estoy empezando a pensar en cómo me gritará y me volverá a golpear”, había dicho dos días antes. Preparar el campo fue aún peor. Clarisse ayudó a cavar más de 500 surcos sólo con sus músculos y una azada, que reemplazan al buey y el arado que el granjero no puede pagar. Si ella es lenta, Kamboule la azota con una rama de árbol.
Esta es la segunda cosecha de Clarisse. El algodón de la primera pasó de sus manos a los camiones de un programa de Burkina Faso que maneja algodón certificado como comercio justo. La fibra de esa cosecha luego fue a fábricas en India y Sri Lanka, donde se creó ropa interior para Victoria’s Secret.

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